El poder silencioso de la moda: más deseo, menos imposición
The Silent Power of Fashion: More Desire, Less Imposition

Hace más de dos décadas, el politólogo Joseph Nye introdujo el concepto de soft power para explicar cómo los países pueden influir en otros no mediante la fuerza o el dinero, sino a través del deseo, la admiración y la legitimidad. Aunque Nye hablaba de diplomacia internacional, su idea resuena con claridad en un lugar aparentemente distante: la industria de la moda.
Y es que la moda, es un lenguaje de poder cultural. ¿Qué marcas logran instalarse en la imaginación colectiva? ¿Qué prendas se vuelven símbolos? ¿Qué estéticas se expanden como deseo global? La respuesta no siempre está en la inversión publicitaria ni en las métricas del mercado. Muchas veces está en la atracción que despiertan ciertos valores, narrativas o estilos de vida. Eso es poder blando.
Marcas como Toteme, The Row, Escvdo, A.P.C o Khaite entienden esto a la perfección. No buscan conquistar el mercado por volumen, sino por visión. No imponen tendencias, sino que construyen atmósferas, climas, formas de mirar y de habitar el cuerpo y la calle. Sus colecciones no gritan, sus diseños no compiten: simplemente permanecen. Se insertan en un imaginario donde la sofisticación no necesita adornos, donde el deseo se activa por afinidad estética y no por urgencia.
Este poder de atracción —sutil pero constante— es el mismo que Nye vincula a la influencia cultural y política en el escenario internacional. Y es más relevante que nunca. En un presente marcado por la tensión entre Estados Unidos y China, tras el reciente regreso de Donald Trump a la presidencia, se reactivó con fuerza la guerra comercial. En abril de 2025, el gobierno estadounidense anunció nuevos aranceles de hasta el 104% sobre productos chinos, a lo que China respondió con tarifas del 84% a bienes estadounidenses. Mientras Trump asegura que se están negociando reducciones, el gobierno chino niega cualquier conversación formal, exigiendo condiciones de respeto mutuo.
Estos movimientos reflejan un regreso a la política de la coerción, del poder duro. Pero en un mundo interconectado —y en una industria como la moda, profundamente global—, esa estrategia resulta insostenible a largo plazo. La fragilidad de las cadenas de suministro, la volatilidad de los precios y la incertidumbre geopolítica hacen que la confianza, la colaboración y la reputación sean más valiosas que nunca. En este escenario, el poder blando no es un lujo: es una necesidad estratégica.
La moda que se adapta a este contexto es aquella que construye relaciones sólidas con su comunidad. Proyectos latinoamericanos que rescatan oficios, plataformas de segunda mano que priorizan la calidad, o marcas que apuestan por la transparencia radical y la narrativa emocional están comprendiendo que el verdadero capital no es el crecimiento exponencial, sino la legitimidad ganada con coherencia.
Ya no basta con tener una voz estética fuerte. Hay que tener un punto de vista. Las marcas que hoy destacan son aquellas que entienden que una colección puede ser un gesto político tanto como una prenda puede ser una declaración de principios. Que la estética es una forma de ideología sutil. Y que el verdadero lujo del presente es la credibilidad.
Siempre he creído que el futuro de la moda no será más fuerte, sino más sensible. No más ruidoso, sino más nítido. Será poder que no se impone, sino que persuade. Poder que no se compra, sino que se gana. La diplomacia de las formas, de los materiales, del relato que permanece. En tiempos donde los bloques políticos vuelven a cerrarse, donde el miedo pretende ser moneda de cambio, la moda puede seguir siendo un canal de apertura. Un espacio para articular otras formas de influencia: más humanas, más artísticas, más comprometidas. Quizás por eso la moda del futuro no necesite más fuerza.
Necesite más verdad, más profundidad y más deseo.
Nye, J. S., Jr. (2005). Soft power: The means to success in world politics. PublicAffairs
O’Connor, T. (2023, 13 de noviembre). The secrets behind Totême’s success. The Business of Fashion.
More than two decades ago, political scientist Joseph Nye introduced the concept of soft power—the ability of a country to influence others not through force or money, but through attraction, admiration, and legitimacy. While Nye was speaking of international diplomacy, his idea resonates powerfully in a seemingly distant realm: the fashion industry.
Fashion, after all, is a language of cultural power. Which brands manage to lodge themselves in the collective imagination? Which garments become symbols? Which aesthetics spread like global desire? The answers aren’t always found in advertising budgets or market metrics. Often, they lie in the allure of certain values, narratives, or ways of life. That’s soft power.
Brands like Toteme, The Row, Escvdo, A.P.C or Khaite understand this perfectly. They don’t aim to conquer the market through volume, but through vision. They don’t impose trends—they construct atmospheres, moods, ways of seeing and inhabiting both the body and the street. Their collections don’t shout. Their designs don’t compete. They simply endure. They take root in an imaginary where sophistication needs no embellishment, and desire is sparked by aesthetic affinity, not urgency.
This power of attraction—subtle but persistent—is the same force Nye associates with cultural and political influence on the global stage. And it’s more relevant than ever. In a present shaped by renewed tension between the United States and China, following Donald Trump’s return to the presidency, the trade war has flared up once again. In April 2025, the U.S. government announced new tariffs of up to 104% on Chinese goods. China responded with tariffs of 84% on U.S. products. While Trump claims negotiations are underway, Beijing has denied any formal talks, demanding conditions of mutual respect.
These moves mark a return to coercive politics—hard power. But in an interconnected world, and in an industry as global as fashion, that strategy is untenable in the long term. Fragile supply chains, price volatility, and geopolitical uncertainty have made trust, collaboration, and reputation more valuable than ever. In this context, soft power isn’t a luxury—it’s a strategic necessity.
The kind of fashion that thrives in this landscape is fashion that builds meaningful relationships with its community. Latin American projects that revive artisanal craft, secondhand platforms that prioritize quality, and brands betting on radical transparency and emotional storytelling are all realizing that true capital isn’t exponential growth—it’s legitimacy earned through coherence.
A strong aesthetic voice is no longer enough. A point of view is essential. Today’s standout brands are those that understand a collection can be a political gesture, just as a garment can be a statement of values. That aesthetics are a subtle form of ideology. And that the true luxury of the present is credibility.
I’ve always believed that the future of fashion won’t be stronger—it will be more sensitive. Not louder, but clearer. A kind of power that doesn’t impose, but persuades. A power that isn’t bought, but earned. A diplomacy of form, of materials, of stories that endure. At a time when political blocs are closing again, when fear is treated as currency, fashion can still be a space of openness. A place to articulate new forms of influence—more human, more artistic, more committed. Perhaps that’s why the fashion of the future won’t need more force.
It will need more truth, more depth, and more desire.
Sources Consulted for This Article:
Nye, J. S., Jr. (2005). Soft Power: The Means to Success in World Politics. PublicAffairs.
O’Connor, T. (November 13, 2023). The Secrets Behind Totême’s Success. The Business of Fashion.
