El tándem entre la moda & el arte 
The Tandem between Fashion & Art 

Siempre he visto la moda como algo no muy distante de las bellas artes, y el momento actual entre arte y moda parece dirigirse hacia un enfoque más curatorial. Diseñadores como Jonathan Anderson y Grace Wales Bonner han liderado este movimiento, curando exposiciones en Hepworth Wakefield y MoMA, respectivamente. A principios de este mes, Marco Capaldo de 16Arlington comisarió Memories of the Future en Frieze No.9 Cork Street, una muestra que incluía obras de Andy Warhol, Francesca Woodman y George Rouy. Simon Porte Jacquemus, de Jacquemus, organizó una exposición sobre el escultor François-Xavier Lalanne para Christie’s en Nueva York.  

Estos esfuerzos brindan a las marcas y diseñadores una profundidad intelectual, permitiéndoles conectar con una audiencia secundaria. 

En mi reciente visita a Art Basel Paris, pude constatar cómo las marcas de moda han aprendido a utilizar el arte para consolidar su prestigio y justificar precios elevados. Los ejemplos que conocía sobre esta relación ya habían desaparecido de mi discurso académico mucho antes de visitar la feria de arte contemporáneo más importante del mundo. Todo aquello que históricamente mostraba cómo la moda se había visto influenciada por corrientes artísticas clave, como el Renacimiento, el Modernismo, el Cubismo y el Surrealismo, quedó relegado a mi cuaderno de apuntes. Incluso el emblemático y apasionado ejemplo de la colaboración entre el artista surrealista Salvador Dalí y la diseñadora Elsa Schiaparelli quedó perfectamente archivado en mi feed de Instagram. 

El diálogo entre arte y moda ha sido durante mucho tiempo una relación simbiótica, permitiendo a ambas disciplinas nutrirse mutuamente en su búsqueda de la belleza, la expresión y el impacto social. Sin embargo, hoy en día, esta relación también tiene un enfoque decididamente comercial, en el que las marcas de lujo y la industria del arte encuentran un terreno fértil para capitalizar la estética y la exclusividad.  

Desde mi perspectiva, como consultora para marcas pequeñas y cuidadas, usar el arte como una herramienta de marketing calculada probablemente no tendrá éxito, considero que las mejores colaboraciones ocurren cuando existe un verdadero diálogo entre el artista y los creativos del negocio, y cuando es posible presentar directamente un artista a los clientes que lo descubren a través de la marca. 

Creo que todas las formas de arte interactúan: arte, moda, escritura, cine, y que se producen cosas realmente interesantes cuando se combinan. 

El reciente Art Basel Paris mostró cómo este vínculo ha evolucionado hacia una relación rentable entre arte, moda y negocio. Marcas de alto perfil como Louis Vuitton, Guerlain y Burberry no solo patrocinan exposiciones de arte, sino que también aprovechan el prestigio cultural de estos eventos para aumentar su propio valor. 

El ejemplo más evidente es la colaboración de Louis Vuitton con los hermanos Campana en la exposición “Design Miami. Paris Objets Nomades”, donde piezas como las sillas Cocoon, a pesar de su diseño extraordinario, están a la venta a precios desorbitados, que van de los 33,000 a los 98,000 euros. Esto no es solo una celebración del arte, sino una clara manifestación de cómo el lujo y el arte se han convertido en productos de consumo conspicuo, disponibles para quienes estén dispuestos a pagar por la experiencia. 

El fenómeno no se detiene en los muebles. La incursión de la moda en el arte se extiende a través de numerosas colaboraciones con artistas y diseñadores en ferias y eventos paralelos. La tienda Art Basel Shop, organizada por Sarah Andelman, ofrece productos exclusivos que fusionan arte y moda, como la colaboración de Guerlain con la artista Julie Beaufils o la línea Uniqlo x Louvre diseñada por Camille Henrot. Aquí, el arte se convierte en una extensión de la moda, y viceversa, pero siempre con el telón de fondo del comercio. 

Difuminar las líneas entre la moda y el arte puede dar a las marcas y a los diseñadores un toque intelectual, al tiempo que les permite interactuar con un público secundario. En una reciente entrevista con el Financial Times, Isabel Ettedgui, propietaria de la marca británica de ropa y artículos de cuero Hole & Corner, cuya tienda insignia funciona también como galería de arte, explicó: “Sentí desde el principio que no puedes solo vender ropa. No es suficiente”. 

Volviendo a Art Basel, la instalación de Miu Miu captó mi atención por su exploración de temas de autoría e identidad, conectando la moda con una narrativa visual. Las prendas presentadas no solo eran objetos de lujo, sino capítulos dentro de una historia más grande, añadiendo capas de significado a la exposición. Tales & Tellers, una instalación inmersiva diseñada por la artista Goshka Macuga y curada por Elvira Dyangani Ose, combinó arte, cine y moda. Incluyó la proyección de las 28 películas de la serie Women’s Tales en formatos creativos, como pantallas LED circulares y monitores en objetos inusuales, como monopatines. El ambiente, similar a una plaza urbana, estaba diseñado para simular una experiencia de teatro inmersivo, con artistas que realizaban actuaciones en vivo mientras los espectadores se movían entre las obras. 

Estas asociaciones, además de ser vistas como una extensión creativa de la moda, también revelan una tensión entre el valor artístico y el comercial. La moda ha encontrado en el arte una forma de legitimarse como disciplina culturalmente significativa, mientras que el arte se beneficia de la visibilidad y el poder económico que la moda puede ofrecer. Pero, a medida que las marcas de lujo se adentran más en el mundo del arte, surge la pregunta: ¿cuánto de este romance se basa en una apreciación genuina del arte y cuánto está impulsado por la rentabilidad y el merchandising? 

Art Basel Paris es un claro ejemplo de cómo las marcas de moda han aprendido a utilizar el arte para consolidar su prestigio y justificar precios elevados. Los bolsos de Louis Vuitton diseñados por Frank Gehry o la bufanda de edición limitada de Claudia Comte para Parley for the Oceans son ejemplos de creatividad y artesanía, pero también representan un esfuerzo consciente por parte de las marcas para posicionarse no solo como productores de moda, sino como entidades culturales.  

Este cruce entre arte y comercio es atractivo, pero también problemático. En esta dualidad, la moda sigue celebrando su capacidad para fusionar el arte con el consumo, pero las líneas entre lo que es arte y lo que es mercancía se difuminan cada vez más. Mientras algunos critican esta comercialización, otros lo vemos como una evolución natural de ambos mundos. Al final, lo que está claro es que este vínculo entre moda y arte tiene sus beneficios económicos para las marcas, al tiempo que plantea desafíos sobre la autenticidad del arte en un contexto tan comercializado. 

De este modo, aunque la colaboración entre moda y arte puede entenderse como un enriquecimiento mutuo, también refleja la influencia del mercado y la necesidad de las marcas de seguir siendo relevantes y rentables. Art Basel Paris ilustra esta intersección en la que arte, moda y negocio se encuentran, no solo para generar cultura, sino también para obtener ganancias. Y mientras el arte sigue siendo una fuente de inspiración y legitimidad para la moda, su transformación en objeto de deseo y mercancía plantea una cuestión crucial sobre tema de autenticidad y valor. 

I have always seen fashion as something not very distant from fine arts, and the current moment between art and fashion seems to be heading towards a more curatorial approach. Designers like Jonathan Anderson and Grace Wales Bonner have led this movement, curating exhibitions at Hepworth Wakefield and MoMA, respectively. Earlier this month, Marco Capaldo of 16Arlington curated *Memories of the Future* at Frieze No.9 Cork Street, a show that included works by Andy Warhol, Francesca Woodman, and George Rouy. Simon Porte Jacquemus, from Jacquemus, organized an exhibition on the sculptor François-Xavier Lalanne for Christie’s in New York.   

These efforts provide brands and designers with intellectual depth, allowing them to connect with a secondary audience.   

During my recent visit to Art Basel Paris, I could see how fashion brands have learned to use art to consolidate their prestige and justify high prices. The examples I knew of this relationship had already faded from my academic discourse long before visiting the world’s leading contemporary art fair. Everything that historically showed how fashion had been influenced by key artistic movements—like the Renaissance, Modernism, Cubism, and Surrealism—was relegated to my notebook. Even the iconic and passionate example of the collaboration between surrealist artist Salvador Dalí and designer Elsa Schiaparelli was perfectly archived in my Instagram feed.   

The dialogue between art and fashion has long been a symbiotic relationship, allowing both disciplines to nourish each other in their quest for beauty, expression, and social impact. However, today, this relationship also has a decidedly commercial focus, where luxury brands and the art industry find fertile ground to capitalize on aesthetics and exclusivity.   

From my perspective, as a consultant for small and curated brands, using art as a calculated marketing tool is unlikely to succeed. I believe the best collaborations occur when there is a genuine dialogue between the artist and business creatives, and when it’s possible to introduce an artist directly to clients who discover them through the brand.   

I think all forms of art interact: art, fashion, writing, film, and truly interesting things happen when they are combined.   

The recent Art Basel Paris showed how this bond has evolved into a profitable relationship between art, fashion, and business. High-profile brands like Louis Vuitton, Guerlain, and Burberry not only sponsor art exhibitions but also leverage the cultural prestige of these events to increase their own value.   

The most evident example is Louis Vuitton’s collaboration with the Campana brothers in the exhibition “Design Miami. Paris Objets Nomades,” where pieces like the Cocoon chairs, despite their extraordinary design, are on sale at exorbitant prices, ranging from €33,000 to €98,000. This is not just a celebration of art but a clear manifestation of how luxury and art have become conspicuous consumer products, available to those willing to pay for the experience.   

The phenomenon doesn’t stop at furniture. Fashion’s incursion into art extends through numerous collaborations with artists and designers at fairs and side events. The Art Basel Shop, organized by Sarah Andelman, offers exclusive products that merge art and fashion, such as Guerlain’s collaboration with artist Julie Beaufils or the Uniqlo x Louvre line designed by Camille Henrot. Here, art becomes an extension of fashion, and vice versa, but always against a commercial backdrop.   

Blurring the lines between fashion and art can give brands and designers an intellectual touch while allowing them to engage with a secondary audience. In a recent interview with the Financial Times, Isabel Ettedgui, owner of the British clothing and leather goods brand Hole & Corner, whose flagship store also functions as an art gallery, explained: “I felt from the start that you can’t just sell clothes. It’s not enough.”   

Returning to Art Basel, Miu Miu’s installation caught my attention for its exploration of themes of authorship and identity, connecting fashion with a visual narrative. The garments presented were not just luxury items but chapters within a larger story, adding layers of meaning to the exhibition. *Tales & Tellers*, an immersive installation designed by artist Goshka Macuga and curated by Elvira Dyangani Ose, combined art, film, and fashion. It included the projection of the 28 films from the *Women’s Tales* series in creative formats, such as circular LED screens and monitors on unusual objects like skateboards. The environment, similar to an urban square, was designed to simulate an immersive theater experience, with artists performing live as spectators moved between the works.   

These associations, besides being seen as a creative extension of fashion, also reveal a tension between artistic and commercial value. Fashion has found in art a way to legitimize itself as a culturally significant discipline, while art benefits from the visibility and economic power that fashion can offer. But as luxury brands delve deeper into the art world, the question arises: How much of this romance is based on genuine appreciation of art, and how much is driven by profitability and merchandising?   

Art Basel Paris is a clear example of how fashion brands have learned to use art to consolidate their prestige and justify high prices. Louis Vuitton bags designed by Frank Gehry or the limited-edition scarf by Claudia Comte for Parley for the Oceans are examples of creativity and craftsmanship, but they also represent a conscious effort by brands to position themselves not just as fashion producers but as cultural entities.   

This intersection between art and commerce is appealing but also problematic. In this duality, fashion continues to celebrate its ability to merge art with consumption, but the lines between what is art and what is merchandise are increasingly blurred. While some criticize this commercialization, others see it as a natural evolution of both worlds. In the end, what is clear is that this link between fashion and art has its economic benefits for brands, while raising challenges about the authenticity of art in such a commercialized context.   

Thus, while the collaboration between fashion and art can be understood as mutual enrichment, it also reflects the market’s influence and the need for brands to remain relevant and profitable. Art Basel Paris illustrates this intersection where art, fashion, and business come together, not only to generate culture but also to make a profit. And while art continues to be a source of inspiration and legitimacy for fashion, its transformation into an object of desire and commodity raises a crucial question about authenticity and value.